
Para matarla, su asesino usó una piola de freno de una bicicleta del taller del que se ocupaba la víctima. Aparentemente la sentó y amarró a una silla de su comedor, la estranguló y luego, tras armar una fogata con papeles y ropas debajo de la silla, le prendió fuego.
Los vecinos llamaron a la policía al ver que salía humo por el tejado de la vivienda. Gritaron a la señora, que no contestó. Los vecinos entraron por la ventana, para descubrir el cadáver calcinado.
La policía y vecinos sospechan que el asesino es un conocido de la víctima y que provocó el incendio en un intento por borrar sus huellas.
Luego de matarla, el asesino revisó el dormitorio de la víctima. Tras prenderle fuego y huir, un vecino vio las llamaradas y el humo y entró con otro violentamente a la vivienda. Pero nada pudieron hacer por la anciana envuelta en llamas.
Antes de escapar, el homicida abrió las llaves de la cocinilla de gas, que no llegaron a explotar debido a la rápida intervención de los vecinos.
Guillermina Ferrer había llegado a vivir ahí hace cincuenta años y desde hacía veinte atendía el taller de bicicletas.
Tenía tres hijos. Había enviudado hace dos años. Tras la muerte de su marido se sostenía reparando bicicletas, de su montepío y de las monedas que le dejaba un teléfono público.
Cerraba todos los días su taller sistemáticamente a las 9 y media de la noche.
Su vecina Gloria Torrealba sospecha que, como no escuchara gritos ni ruidos, que el homicida era un conocido de la víctima.
Sus hijos exigieron justicia y la muerte del criminal.
El comisario Alejandro Arriagada dijo que la policía ya tenía un sospechoso: un cliente de Guillermina.
[12-1-2006][©la tercera]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario