11 noviembre 2006

orgía de sangre

[Quellón, Chiloé] Motorista de pesquero masacró a puñaladas a tripulante, provocó caída al agua de su capitán y se suicidó, en Quellón. ¡Orgía de sangre en alta mar! Sólo uno de los hombres del ‘Cañaveral' sobrevivió para contarlo, pero en profundo estado de shock. Enajenado anticipó en bitácora de la nave que planeaba matarlos a todos.
A contar de hoy los chilotes ya no tendrán que recurrir a la fantasmagórica silueta del Caleuche, el velero tripulado por una corte de brujos y monstruos contrahechos, para provocar el terror entre los forasteros.
Les bastará con narrar la espeluznante y misteriosa serie de hechos que ensangrentaron la cubierta de la ‘Cañaveral', una lancha con matrícula de Quellón, para provocar un escalofrío de horror entre el auditorio. Una vez más la realidad superó a la ficción y al mito.
Según lo que la policía y la autoridad marítima de Quellón habían logrado establecer hasta ayer, a las 16.10 horas del jueves, a mitad de la travesía entre las Islas Guaitecas y el principal puerto de la provincia, la maldición del golfo cayó inmisericorde sobre la pequeña embarcación.

Macabro
De acuerdo con el testimonio del único sobreviviente de la barca maldita, Luis Miranda Huala, cuando ésta navegaba a una milla al sur de de Punta Yatac, luego de proferir un escalofriante grito, Sergio Matamala Carrasco (44), el motorista de la nave, se lanzó sobre el técnico pesquero José López Espinoza y lo masacró a puñaladas. Fue una orgía de sangre que a Miranda y al capitán de la embarcación, Carlos Millacura Yudumán, los dejó paralizados de miedo. Miranda huyó hacia la popa, pero Millacura no pudo sobreponerse de la dantesca visión y, enloquecido de miedo, creyendo seguramente que correría la misma suerte que Espinoza, se lanzó al mar buscando entre las olas su salvación.
Pero el drama aún no había terminado. El asesino, fuera de sí, tras relatar por radio el crimen al propietario de la ‘Cañaveral', Omar Isla Vargas, y a la Capitanía del Puerto, se lastró con cadenas y se lanzó por sobre la borda al océano, buscando en el suicidio la paz para su alma.
Cuando poco después la nave maldita fue abordada por el teniente de la Armada Felipe Hernández Gallardo, el oficial descubrió que en tres páginas de la bitácora el asesino había dejado una detallada relación de la masacre que pensaba efectuar y de los motivos que lo impulsaban. Al parecer, fueron los celos.
Mientras la policía y la fiscal Débora Espinoza investigan, los pescadores chilotes ya tienen todas las respuestas.
Una vez más los tenebrosos seres sin alma que habitan la helada espuma del golfo han cobrado su tributo de sangre.
[Manuel Vega O.]
[11 de noviembre de 2006]
la cuarta]

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