[Santiago] La muerte brava. Una historia de venganza, mucha sangre y cero dinero; donde no hubo drogas ni bombas. La vida de Juan Mujica se fue entre una historia delictual de poca monta y la violencia cotidiana de una de las poblaciones cotejada entre las más bravas del país: la San Gregorio.
No fue fácil ingresar al domicilio de quien la prensa y las entidades judiciales califican como uno de los delincuentes más peligrosos del país, Juan Mujica Hernández. En su interior velaban al temido ‘Indio Juan' (44), quien murió en su ley: desangrado tras ser atravesado por un largo estoque hechizo en una emboscada entre las gruesas paredes de la cárcel de San Miguel.
En la población San Gregorio, en la comuna de La Granja, la esquina de Padre Juan Meyer y el pasaje 8 Oriente, era conocida. Allí, ‘El Indio' tuvo su hogar. Otros le han llamado ‘guarida', ‘centro de operaciones', ‘escondite'. Pero a partir del jueves pasado es un lugar de veneración y de un continuo peregrinar de quienes concurren al velatorio.
Es la mañana del viernes y se respira una tensa calma en las afueras de la casa pareada de población de un piso, con un cierre perimetral de rejas, un grueso portón en la entrada de autos y un antejardín de tierra apretada. Un hombre riega con manguera la tierra del frontis, mientras los claveles de 15 coronas fúnebres, colgadas en las rejas y árboles, gotean el baño que las refresca. A lo lejos se divisan camarógrafos y reporteros con grandes lentes. El día anterior, al más puro estilo tribal, amigos y vecinos del finado marcaron su territorio a punta de patadas, ladrillazos y escupitajos.
El hombre me examina de pies a cabeza cuando me acerco. Al instante, ocho jóvenes que comparten risas y cigarros en la vereda del frente se aprestan a declararme persona non grata a la menor señal de mi improvisado anfitrión. Un título que aseguran merecen periodistas y los policías que patrullan por alrededor.
Pregunto por la viuda o la madre del finado Juan. El tipo, que viste suéter azul y bluejeans desteñidos, me dice que no están disponibles. Mientras intento determinar el paradero de ambas, me comenta que "todo ha estado tranquilo, pero con mucho cansancio".
Mi presencia y la conversación alertan a un grupo de mujeres que están sentadas en unas bancas ubicadas en el antejardín.
Una de ellas –morena, baja, de contextura delgada y rostro rígido, que viste polerón y pantalones negros– impone autoridad: "¿Y usted quién es?". El hombre del riego contesta lo que le he señalado.
Como primer test, me pregunta el nombre de la viuda y de la suegra. Simulando seguridad y calma respondo: "María Fuentealba y Marta Hernández".
Con un ademán me invita a pasar y me dice: "[María] Teresa Fuentealba, soy yo... pase. ¿A qué lo mandaron?".
Le contesto que vengo literalmente de la oficina del abogado Jairo Casanova. El profesional que defendió a Mujica Hernández desde 2002, hasta el día de su muerte, me había recibido poco antes, para contar sus impresiones sobre el homicidio que terminó con la vida de su cliente. Bajo el brazo llevo un set de fotocopias de antecedentes del último proceso que se seguía en contra de Mujica. La mujer abandona su postura inquisidora y me invita a sentarme junto a ella en el comedor de diario de la casa, ubicado en la cocina.
El lugar es poco iluminado. Una mesa de mantel plástico celeste, rodeada de cinco sillas de metal; los artefactos domésticos son sencillos y viejos. Encima de la cocina se ven ollas y sartenes y en el lavaplatos hay vajilla que se acumuló durante la madrugada de vigilia.
A un costado de la cocina hay una amplia entrada al living de la casa. Es el único lugar que mantiene luces encendidas. Allí está el féretro que contiene el cadáver del otrora temido ‘Indio Juan'. Es un ataúd caoba, rodeado por las clásicas lámparas que simulan ser grandes velones. No hay una cruz a la cabecera de la urna. Tampoco se ven santos ni vírgenes en los lugares que pude observar.
La única imagen que se repite, casi con devoción, son las fotografías de Juan Mujica Fuentealba, el hijo menor del matrimonio que el año pasado murió de un balazo en la cara.
Tras un robo frustrado, el ‘Indio Chico' dio muerte a un subteniente de la comisaría de La Florida y luego se suicidó, según la versión oficial. Fue ejecutado, aseguran sus cercanos. "Fuiste un ladrón valiente", lo homenajeó su padre poco antes de sepultarlo.
Hay otras 30 coronas en la habitación donde se realiza el ritual del adiós. Vecinos y amigos lo miran por última vez. "Fuiste el más duro de los duros", le dice uno de ellos.
María Fuentealba mira constantemente hacia la pompa y observa a cada uno de los que se despiden del finado.
"Yo estoy muy mal, caballero. Estoy tomando pastillas. Piroxicam. Pero no me siento bien. Yo estaba soportando bien esto, pero lo del periodista me dejo maaal". La viuda se refiere al ataque a Héctor Rojas, periodista policial de ‘La Tercera', que fue golpeado y estuvo a punto de recibir un ladrillazo en la cabeza. Fue la propia María Fuentealba quien se abalanzó sobre el muchacho que empuñaba en lo alto un ladrillo ‘princesa' para golpear a Rojas.
La viuda se inclina sobre la silla donde está sentada, se alza el pantalón y muestra su canilla derecha. "Mire cómo me dejaron, si hasta a mí me tocó recibir patadas con toda la mocha que se armó".
Grandes moretones asoman sobre la piel de su pierna delgada. Se toca la zona con sus dedos, para demostrar que está muy sensible al dolor. "Eso me dejó mal, ¡Imagínese! Si yo no le paro la mano al cabro... ese periodista no estaría vivo o quizás cómo habría quedado, Dios mío", exclama María, y agrega que "necesito un tratamiento, un médico, no sé si voy a poder aguantar todo esto", con la angustia de cualquier mujer que, más allá de las experiencias de la vida delictiva, en menos de un año ha perdido a un hijo y a su esposo.
Obituario
La violencia marcó la vida de Juan Mujica Hernández. Comenzó como ladrón en los '80 y terminó vinculado a varios homicidios. La leyenda le cuelga 13 asesinatos, la justicia lo involucró en seis homicidios. No fue condenado por ninguno.
Nunca registró más propiedades que la casa de San Gregorio y otra en Quinta Normal. Tenían teléfono y un quiosco arrendado en las afueras del Hospital Clínico de la Universidad de Chile (ex J.J. Aguirre). No hay antecedentes de algún otro bien.
En 1981 tuvo su primera condena por hurto en Viña del Mar. En la misma ciudad registra procesos y condenas por robo (1992) y porte ilegal de armas (1998).
El abogado Jairo Casanova asegura que son falsas las informaciones que lo sindican como mafioso o lanza internacional: "Nunca salió de Chile. No tenía pasaporte, ni registra salidas a los países vecinos".
Pero en marzo 2001 su hermano Eduardo fue asesinado. Los autores lo habrían confundido con Juan. A partir de entonces comienza una escalada de venganzas cuyo último capítulo se escribió el jueves pasado. Nunca hubo dinero en juego, los hechos siempre se remitieron a ajustes de cuentas.
En abril de 2001, Juan Carlos Fuentes Olea y Holivai Celis Cárdenas –supuestos asesinos de Eduardo– fueron acribillados durante un partido de fútbol en la población San Gregorio. El parte policial identificó al ‘Indio Juan' como el pistolero que irrumpió en la cancha con dos. Pero ante el juez, ninguno del centenar de testigos dijo haberlo visto.
Al mes siguiente mueren María Celis Cárdenas, Cristián Cea Verdugo y Carlos Cea Boza.
Por estas muertes, ‘El Indio Juan' fue procesado y estuvo en la cárcel un año y medio. Pero el tribunal de San Miguel sobreseyó el caso al no poder reunir antecedentes suficientes.
El abogado Casanova afirma que "todos los hechos de sangre que sucedían se los imputaban a Juan Mujica, porque era el más conocido y muchos le tenían rencor".
Estuvo libre hasta octubre pasado, cuando se enfrentó a tiros con Mauricio Wilstermann y Paola Durán, hija de la asesinada María Celis. El Ministerio Público lo acusó de homicidio frustrado y esperaba juicio oral. "El fiscal se quiere hacer famoso conmigo. Todo es una pantomima, pero en el juicio oral, las cosas van a quedar claras", le afirmó Juan Mujica a su abogado hace 15 días.
Tras ser detenido, Mujica estuvo en la Cárcel de Alta Seguridad (CAS), pero a petición del abogado fue llevado a la ex penitenciaría. Hace dos meses hubo un traslado masivo de reos a la cárcel de San Miguel, allí se encontró con su hermano Pedro, quien cumple condena en ese lugar. Allí, el miércoles pasado, acorralados por tres sujetos, Pedro y Juan se enfrentaron una vez más a las venganzas cruzadas. "Si Gendarmería no hubiese trasladado, sin autorización de un juez de garantía, mi cliente aún estaría vivo", acusa Jairo Casanova.
La investigación, hasta ahora, indica que los agresores fueron Edson Díaz (26), Carlos Riquelme (31) y Ángelo Cea Boza (25), este último hermano de Carlos, asesinado hace cinco años.
El Ataúd
Una mujer llama a María Fuentealba. Aprovecho para acercarme al ataúd. Veo el semblante tranquilo de un hombre con chasquilla, cara larga y pronunciados pómulos. Su piel es de un tono amarillo desteñido, causado por el desangramiento. A mi espalda, un hombre de gorro invernal que lleva una bolsa en sus manos llora desconsoladamente y en el extremo de la habitación, unas mujeres observan la calle por entremedio de las cortinas.
Los 10 minutos que llevo en el lugar se han hecho eternos y para no perder la excusa que, azarosamente, me ha permitido estar en la casa de la familia Mujica Fuentealba, me acerco a darle el pésame a Marta Hernández, la madre de Juan. Ella es baja, gorda y luce una larga cabellera lisa, canosa, como usan las mujeres evangélicas. "Vengo de hacer los trámites en el cementerio, pero todavía hay que llevar más documentos", me señala.
Me despido y salgo de la vivienda. Los ocho muchachos continúan su tertulia frente a la casa, atentos a cualquier visitante. A lo lejos diviso a los reporteros que registran con sus grandes lentes mi salida.
[Luis Narváez A.]
[24 de septiembre de 2006]
[©la nación]
24 septiembre 2006
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